Un niño de poco menos de un año da sus primeros pasos. Se cae. ¿Qué hace la mayoría de los padres? Corren a ayudarlo. ¿Qué hacen los holandeses? Miran desde lejos y observan cómo vuelve a pararse sin ayuda. Solo van a consolarlo si lo ven llorando o buscando a sus progenitores con evidente desesperación. El mismo niño cumple seis años. Si viviera en Estados Unidos o en Uruguay, probablemente, pasaría más de dos horas al día frente a un teléfono inteligente, consola de juegos o televisión. Pero en Maastricht o en Róterdam, cuando se tienen seis años las tardes se pasan andando en bicicleta o jugando a la pelota, sin adultos cerca. Los hijos saben que tienen que volver a sus casas a las 5:30 de la tarde. Y cumplen. Puntualmente.
Cuando Rina Mae Acosta —filipina de nacimiento que creció en la zona de San Francisco, Estados Unidos, y se casó con un holandés— llegó a vivir a un pueblo a 20 minutos de Utrecht, se sorprendió al observar las diferencias culturales entre California, donde los padres parecen estar más preocupados por la adultez de sus hijos que por su niñez, y los Países Bajos, donde los niños crecen con más independencia y libertad. Un año más tarde, en 2013, volcó sus impresiones en un blog que llamó Finding Dutchland. Pronto uno de sus posts se volvió viral. Se llamaba Los 8 secretos de los felices niños holandeses y se basaba en una investigación sobre el bienestar en países de ingresos medio-altos, publicado por Unicef ese año, donde los niños de Holanda aparecen como los más felices en un listado de 29 naciones. Un resultado que el país ya había tenido en un estudio similar, también de Unicef, años antes, en 2007. No podía ser una simple coincidencia.
"Me llamó la atención que, habiendo tantos libros y blogs sobre paternidad, nadie hubiera abordado ese estudio antes", dice Rina, al teléfono desde la casa que comparte con su marido y sus hijos, de 2 y 5 años. Algún tiempo antes, Michele Hutchison, editora y traductora inglesa, había llegado a Amsterdam de la mano de su esposo holandés. Su plan era pasar ahí solo algún tiempo —fue en su maternity leave, como se le llama al puerperio—, pero decidió no volver a Londres.
Holanda logró convencerla de que era el mejor lugar del mundo para criar. Holanda, sí, pero también el estudio de Unicef. Y también el llamado de una editora de la editorial neoyorquina The Experiment, quien la convenció de lanzarse a la aventura de escribir, junto a Rina, a quien no conocía, un libro que uniera la visión de estas dos expatriadas en ese frío país del Norte de Europa.
Así nació The Happiest Kids in the World. How Dutch Parents Help their Kids (and Themselves) by doing less, que fue calificado por The Sunday Times como "uno de los más convincentes libros sobre paternidad del último año".
No querían hablar solamente desde su experiencia; por eso revisaron muchos estudios científicos sobre la niñez y se reunieron con los principales investigadores del tema en Holanda. Entre ellos, Rutt Veenhoven, de 75 años, sociólogo, profesor emérito de la Universidad Erasmo de Róterdam, editor de la revista científica Journal of Hapiness Studies y gestor de World Database of Hapiness, portal que reúne las principales investigaciones en torno a la felicidad. O Margreet de Looze, quien investiga el tema desde el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Utrecht. "Lo que más rescato de la crianza a la holandesa es el entrenamiento en la autonomía. Es algo que prepara muy bien para la vida adulta en una sociedad de opciones múltiples", señala Veenhoven desde Róterdam.
"Es difícil pensar en Ámsterdam como una ciudad donde la familia y los niños son importantes", dice Rina, aludiendo a la imagen que tiene la capital de los Países Bajos como una urbe más bien adulta, con cafés donde comprar marihuana, sex shops y el barrio rojo más famoso del mundo. Y agrega: "Pero cuando vives acá te das cuenta de que para los holandeses la familia es todo. Es una sociedad muy orientada hacia los niños. No es una cultura perfecta y en ningún caso queremos presentarla como una utopía, pero sí sabemos una cosa: los niños son felices y los padres también".
El estudio de Unicef analiza la felicidad de los menores a partir de su propia autopercepción. Los niños evaluaron su grado de satisfacción en tres factores: los vínculos con su madre, con su padre y con sus pares. La investigación también consideró aspectos como el acceso a lo material, a la salud, a la educación y la presencia de conductas de riesgo. Sin embargo, estas últimas variables resultaron tener menos peso. "En términos generales, el Producto Interno Bruto per cápita no parece tener un lazo fuerte con el bienestar infantil: la República Checa rankeó más alto que Austria; Eslovenia más que Canadá", dice la investigación.
Efectivamente, el hecho de contar con cierto bienestar social, como por ejemplo, un seguro de salud bueno y accesible, hace que los padres estén menos ansiosos y eso redunda en una mayor felicidad en los niños. Pero no es una garantía per se. Porque incluso en países en los que esto existe, como en Francia, los niños no son los más felices. Ellos tienen una educación más estricta que la holandesa, ejemplifica Rina, cuyo país llegó apenas al puesto 26 en el estudio de Unicef. Y Michele, su coautora, madre de dos hijos de 10 y 12 años, agrega: "La educación a la francesa (que popularizó Pamela Druckerman con su libro Cómo ser una mamá cruasán, en 2012) se enfoca en cómo hacer la vida más fácil para los padres. Todavía podemos aprender mucho de los franceses. Pero para los holandeses el foco está más en los niños. Les importa más la espontaneidad, el juego, que la disciplina".
Cuando hablan de niños felices, puntualiza Michele, se refieren a niños poco problemáticos, que no se sienten inseguros, que confían en sí mismos pero no se creen el centro del mundo. Son niños que tienen una buena comunicación con sus padres y sus pares. No están expuestos a presiones que no corresponden a su edad (jamás ves bebés oyendo música "intelectualmente estimulante") ni están en un mundo en que todo lo que hacen es "educacional".
Además, los holandeses hablan con sus hijos con libertad de temas complicados de tocar, como el sexo o las drogas. ¿Cómo se logra esto? En su libro, las autoras recogen una serie de hábitos simples que han adoptado los holandeses y que parecen haberles rendido buenos frutos. Por ejemplo, acostumbran tomar desayuno en familia, todos sentados alrededor de la mesa, mientras en el resto del mundo esta es justamente una de las comidas que más se saltean.
El desayuno favorito es una tostada —o dos— cubierta con chips de chocolate (hagelslag, se llaman), lo cual lleva un mensaje claro: un poco de azúcar está OK. De hecho, resulta casi necesaria para lo que sigue: veinte a treinta minutos en bicicleta para llegar al colegio, sin importar si afuera hay sol, lluvia o nieve ("aquí siempre dicen que no existe el mal clima, solo la ropa inadecuada", comenta Rina).
En Holanda no hay bebés sobreestimulados. Y en los colegios, las tareas escolares se han reducido al mínimo, al igual que las actividades extraprogramáticas, lo cual deja bastante tiempo libre para el ocio. Un ocio en el que, dentro de ciertos límites mínimos —como el horario de regreso a la casa—, los niños pueden disfrutar a su antojo y sin supervisión adulta. "Es verdad que Holanda es un país relativamente seguro", comenta Michele sobre la aprensión que podrían sentir los padres de países con otras realidades frente a la idea de que los niños estén solos en la calle. "Pero tampoco es que no exista el peligro. Ámsterdam tiene todos los riesgos que tiene cualquier ciudad grande".
El valor de no tener miedo
En Holanda, en vez de tratar de proteger a los niños de las posibles amenazas, se preocupan de entregarles herramientas para enfrentarlas. Las autoras están convencidas de que la niñez holandesa es similar a la que tuvieron muchos adultos de hoy, donde la libertad llevaba a la independencia y ella, a la responsabilidad. Pero saben que es una niñez que se ha ido perdiendo a pasos agigantados. Y atribuyen gran parte de la pérdida, no a la tecnología ni a la aceleración en la que vivimos, sino a algo más de fondo: la creciente competitividad. "La sociedad moderna se ha olvidado de valorar la niñez; se la ve solo como un paso de formación hacia la adultez", dice Rina Mae Acosta, una de las autoras del libro. Los niños son cada vez más tratados como "mini adultos" o "adultos en formación", con poco espacio para ser niños. Los padres siempre dicen que quieren que sus hijos sean felices, pero en algunas culturas eso es sinónimo de éxito. ¿Quién no quisiera que sus hijos fueran médicos o abogados? Pero en esa búsqueda, la sociedad está empujando a los padres demasiado lejos. "En Holanda, el foco es otro. No tienen miedo de que a sus hijos les vaya mal en el colegio; entienden el valor de vivir el fracaso en el entorno amable y seguro de la familia. Entienden que la felicidad viene primero y de ella nace la motivación por los logros, no al revés", resume.