Abre los ojos
LOS JUEGOS PARALÍMPICOS, QUE SE DISPUTAN A LA SOMBRA DE LO QUE HACE UN MES PASÓ EN LONDRES, REGALAN HISTORIAS INCREÍBLES DONDE EL MILAGRO DE VIVIR AFLORA EN LA INDIFERENCIA
La llama de los Juegos Olímpicos ya se apagó. Ye Shiwen, Kirani James o Evgeniya Kanaeva vuelven a ser nombres impronunciables.
Y las discusiones futboleras copan las redes sociales donde unos se tildan a otros de "gallinas" y todos prepotean haciendo alarde de la grandeza de su institución. Sin más fundamento que el insulto gratuito. Sin más razón que la de exaltar un sentimiento que se toma como un rasgo constitutivo de las personas y no como una caracterísitca insignificante, algo que nada aporta acerca de la esencia de un individuo.
El periodismo, mientras, se encarga de cuestiones más profundas: brujas y hechicería...
Y mientras, en Londres, se desarrollan los Juegos Paralímpicos, donde un montón de deportistas juegan, compiten con el alma para suplir alguna discapacidad física sufrida.
Hay historias que son increíbles. Y se nos están pasando de largo.
La de Alex Zanardi me pareció conmovedora. Ver el accidente que sufrió el 15 de setiembre de 2001 cuando corría en la Champ Car, esos monoplazas con los que Estados Unidos competía con la Fórmula 1, fue terrible.
Un coche le partió el auto al medio cuando Zanardi volvía de boxes con el auto casi detenido y fuera de control. Zanardi, que siendo adolescente había sufrido la muerte de una hermana en un accidente de tránsito, sufrió la amputación de sus dos piernas.
Pero no su pasión por el deporte. Dos años después volvió a competir en autos adaptados y en 2007 incursionó en el ciclismo de manos. El miércoles ganó la medalla de oro en la contrarreloj. En su foto festejando sentado con la bicicleta en brazos se descifra un héroe.
¿Qué decir entonces del sudafricano Achmat Hassiem? A los 24 años disfrutaba de un día de playa cerca de Ciudad del Cabo cuando vio a un tiburón blanco que iba derecho a su hermano menor. Se tiró a salvarle la vida.
El animal, de cuatro metros y medio de largo, lo atacó. El relato que hizo el nadador, y que leí en Marca.com, es escalofriante.
Basta con transcribir unas frases: “Noté que mi pierna no se movía y cuando miré hacia atrás vi por qué: de la rodilla para abajo estaba en la boca del tiburón que empezó a sacudir violentamente hasta romperme la pierna. Fue terrorífico sentir cómo mi pierna se desgarraba, pero no noté dolor en absoluto, estaba en shock total”.
“Pensé que iba a morir y me faltaba el aire, pero decidí luchar y golpear su cuerpo con mis puños. Entonces me sacudió dos veces más, y en la segunda se oyó el crujido, incluso bajo el agua, de mi pierna al separarse de mí”.
Hassiem ganó la medalla de bronce de los 100 m mariposa.
Sus ejemplos de vida -superar una tragedia, encauzar la vida e inventar nuevos sueños- pueden ser muy inspiradores. Siempre y cuando se hable menos de brujas y de gallinas.
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