Los maestros del amor incondicional 1
Un tiempo como el nuestro, en que nada parece estar claro, en que las definiciones tradicionales de lo que somos, de nuestra razón de vivir, de los roles femeninos y masculinos están puestos en duda ; el tema de la crianza de los hijos se vuelve crítico, y, al mismo tiempo, susceptible de ser revisado, lo cual es una gran oportunidad ; la de cuestionarnos el modo y, sobretodo, las motivaciones profundas, que están detrás de nuestro actuar.Hasta ahora, muchas veces los hijos se han considerado una especie de producto de los padres que se sentirán felices y orgullosos si estos responden a sus expectativas y defraudados si es que no siguieron el camino secretamente deseado por ellos. Así, los hijos son una especie de títeres movidos por el ego de sus progenitores que esperan mostrarse a traves de ellos. La educación ha estado inspirada por esta visión, a los niños y jovenes se les muestran caminos unilineales que van cerrando sus vocaciones profundas y su capacidad de contactarse con lo que realmente quieren. En vez de partir desde el impulso y los intereses de los niños, se parte de las expectativas de un sistema exitista y narcisista con lo cual estos muchas veces terminan perdiendo la capacidad de saber lo que anhelan y por tanto, el camino hacia la propia felicidad.
Demasiados deberes, demasiados cursos, demasiadas actividades ahogan la capacidad de escucharse internamente y finalmente sólo somos capaces de decodificar lo que los demás quieren de nosotros.
Por otra parte, los niños actuales parecen venir con una fuerza, claridad y autodeterminación que nos exige redefinir el rol de padres y educadores ; quizás si esta voz, esta fuerza ahogada, este no sentirse escuchados en lo que realmente son en un sistema agobiante sea una de las causas de las depresiones y disfunciones que tan comunmente estamos viendo en los adolescentes en estos días. Los caminos oscuros y negadores de la claridad personal que están tomando cada vez más jovenes puede ser una reacción a un entorno que no les dá las posibilidades de expresar la luz que ellos vinieron a traer al mundo.
Muchas de las almas que nacen en estos tiempos traen la intuición de una vida armónica, feliz, creativa y conducida por valores de respeto a todos los seres. Sin embargo, la oscuridad de una cultura que pone a la plenitud personal en un lugar muy por debajo del éxito, la imagen y el dinero ; la presión de los padres invadidos por el miedo de que sus hijos no aprendan a conducirse con los códigos vigentes de competitividad los va llenendo de inseguridad y en vez de lograr personas seguras y bien paradas, se llega a jovenes inseguros de si mismos, que dan su sangre y su vida en esfuerzos que representan los miedos de sus padres, y no sus anhelos de felicidad.
Sería importante hacer un camino hacia la superación de nuestros temores, hacia la confianza de que “todo se dará por añadidura” , de que la vida no es lineal y siempre podemos volver a empezar y apoyar a los hijos en su intuición de que nacieron para ser felices, de que la fuerza está adentro de ellos mismos, de que crean en su camino aún cuando esto implique renuncias secundarias como el dinero o el status.
La gran prueba de los padres es ser capaces de renunciar a sus expectativas, de soltar teniendo como eje en la relación con el hijo, el amor y el apoyo incondicional al despliegue de su ser, a la respuesta de su impulso interior y único, y por tanto enseñarles a escucharse , a confiar, a sacar su fuerza y a poner los límites necesarios para que el hijo pueda tener los recursos para desenvolver en mejor forma, su misión en la vida.
Los maestros del amor incondicional 2
Conocer profundamente las cualidades de los hijos, las motivaciones profundas, las dificultades y anhelos es el primer desafío de padre y madre, es decir partir desde ellos, y no desde nuestros esquemas, darnos el tiempo de contemplarlos sin expectativas, sin la cabeza llena de la dirección que les queremos dar, sino que conociendo y aceptando el despliegue de lo que son y a partir de esto ir entregándole recursos que les ayuden a completarse y no desde nuestras particulares obsesiones y miedos en relación a su futuro.
A menudo corremos y corremos sin detenernos a Ver a nuestros hijos, que quizás guarden el registro inconsciente de no haber sido nunca contemplados y escuchados con la tranquilidad y el vacío interno del otro que les haga sentir que están siendo recibidos de verdad y no en un breve parentesis lleno de ruido mental. Los adultos podemos disculparnos diciendo que no tenemos tiempo, pero se trata de algo mucho más sutil que tiene que ver con estar completamente presentes, vacíos de nuestros deberes, con el corazón y la mente abierta cuando compartimos con nuestros hijos. Esto implica, obviamente, un camino, un desarrollo personal hacia la presencia real en cada momento de nuestras vidas, un ser dueños de nuestras dinámicas mentales y emocionales para estar allí, en total entrega a ese momento.
Los hijos traen un tesoro que van desplegando lentamente, con el tiempo, ante nuestros ojos, si es que estamos abiertos a contemplarlos.Vienen con su dirección, con un profundo sentido, con cualidades y dones propios.La primera misión de los padres es contemplar su escencia y ayudarlos a canalizarla.
Los padres somos tutores del alma del niño, y al asumir la misión de traerlos al mundo deberíamos tener la disposición a amar y cobijar a esa crisálida sin condiciones, sin saber cuales serán sus características, por ello es que la experiencia de la maternidad o paternidad puede ser una gran oportunidad espiritual : la de aprender en carne viva el amor incondicional a ese que Es y no a lo que queremos que sea. No se trata sin embargo, de un abandono, sino de un acompasar, poniendo los límites necesarios que tienen que ver con enseñarle a vivir en el respeto a los otros y a si mismo ; con aportarle las disciplinas que les ayudarán a realizar mejor su camino. Límites exteriores, libertad interior.
Ser padres nos exije un potente trabajo personal, de conocimiento del otro, de abandono de nuestros preconceptos, de amar y apoyar lo que el otro Es, de aceptación de la diversidad humana. Nos exige trabajar nuestros temores y prejuicios para permitirles tomar los caminos afines a su internidad, nos exige trabajar la ponderación entre límites y dejar ser. Nos obliga a preguntarnos permanentemente sobre si nuestro proceder tiene que ver con nuestro ego y sus ambiciones, o con esa alma y su expresión. Quizás por esto es que la manipulación genética para obtener características precisas de los hijos sea una aberración, pasa a constituirse en un manejo más de nuestro ego, transforma a ese ser un humano en un vehículo para satisfacer mis ambiciones o para tapar mis miedos personales a la vida que en su movimeinto siempre nos sobrepasa y que finalmente no tenemos otra cosa que aceptar.
A veces tenemos la impresión de que nuestros hijos nos tocan en el punto justo de dificultad personal, en lo que no tenemos resuelto y quizás en la perfecta sincronía del todo recibimos como hijos a los seres precisos que nos ayudarán a superar y tensar nuestras capacidades de entender, que nos obligarán a esforzarnos al máximo y que finalmente nos obligarán a dar los pasos que precisamos dar para constituirnos en personas más amplias, amorosas, fuertes y claras.
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