De Uruguay a Calcuta; un viaje para cambiar la cabeza
Luciana viajó por sí misma a la India como voluntaria y vivió una experiencia que le cambió la vida
Luciana no puede explicar por qué siempre sintió placer en ayudar a los demás. Así en Uruguay, ha colaborado con varias organizaciones juntando ropa, trabajando en asentamientos, pero ni ella misma se imaginaba que un día toda esa voluntad de ayuda la iba a llevar a viajar por sí misma a la India y ofrecerse como voluntaria. Juntó dinero dos años para el pasaje, averiguó todo lo referente a las vacunas y se sacó la visa en Argentina, ya que en Uruguay ese trámite no se puede realizar. Se instaló en Calcuta, una ciudad de 28 millones de habitantes y trabajó con familias de asentamientos, cuidó enfermos y acompañó a moribundos, en un país desbordado de gente, de enfermedades, de hambre y de miseria.
Vio tanto dolor y tanto agradecimiento que esa experiencia literalmente le cambió la vida. Como tantos miles de uruguayos cree en Dios pero no en la Iglesia. Luciana comprendió con el alma que no hay salvación si no es con todos. Ahora regresó a Uruguay donde juntó 200 kilos de ropa para enviar a la India, lugar al que regresará en marzo, pero necesita ayuda para mandar esa ropa.
“Una semana antes de venirme estaba sentada fuera del hogar y traté de recordar algo de mi vida antes de viajar y sentí que los recuerdos que tenía eran de la vida de otra persona. Me di cuenta que ese viaje me había cambiado para siempre”, contó Luciana Corbo de 27 años, en diálogo con LA REPÚBLICA.
En esa ciudad de 40 grados promedio, inundada de ratas y cucarachas, donde los bebés se alquilan entre familias para salir a mendigar; donde las familias viven como pueden en chozas de un metro por un metro; donde la gente come, se lava y hace sus necesidades en la calle; donde el río Ganges se usa para tirar los desperdicios, bañarse, arrojar los cuerpos cremados de los muertos y sacar agua para cocinar; donde los vehículos apenas pueden circular entre los miles que constantemente tapan las calles, Luciana trabajó con niños discapacitados, luego de que ingresó a la ONG de la Madre Teresa.
“Entre otros niños discapacitados, cuidaba a una nena que se llama Sonia. Tiene 21 años pero su cuerpito es de una niña de 12. Sufre de parálisis cerebral, no habla y tiene los miembros rígidos. Era la niña con la que menos comunicación se tenía por su propia enfermedad. Todos los días la vestía, la peinaba, le hablaba y nunca respondía. Un día la llevé a su cuna y me senté al lado. Le acaricié el pelo y le canté en español. De repente fijó la vista y sonrió, y fue la primera vez que la vi reír. Cuando me fui me puse a llorar”, contó Luciana.
Pero increíblemente para Luciana lo que hace tiene algo de egoísmo. “Todos por ser humanos somos egoístas y yo creo que lo soy porque esto es lo que me gusta hacer. Otro puede querer cambiar el auto o irse al Caribe, a mí me gusta esto”, explicó, aunque para muchos sea inexplicable.
“Me sentía más segura caminando en Calcuta que por Montevideo”
Cuando recién llegó tuvo mucho miedo y de hecho el primer día casi regresa a Uruguay. “Andaba con un miedo tremendo pensaba que me iban a robar todo, pero después comprendí que eso no iba a pasar y terminé sintiéndome más segura en Calcuta que en Montevideo”, contó Luciana. Y tiene su propia explicación para esto, que gira en torno a una concepción eterna de la vida, que siempre puede dar otra oportunidad. “El hindú, no el indio, el hindú; siente que lo que le toca vivir es karma. Si nació en un asentamiento es por lo que hizo en otra vida, porque es algo que está pagando y se prepara para otra vida, por esto no hay rencor social, no hay revanchismo ni reivindicaciones. Sea cual sea su situación, son hospitalarios y solidarios”, explicó.
La mano buena y la mano mala
Uno de sus trabajos fue en un asentamiento. El más chico de Calcuta, que tiene a unas tres mil familias, cerca de 10 mil personas. “Una familia que atendí en una choza al costado de la vía estaba tan agradecida que me invitaron a almorzar. Incluso hicieron el esfuerzo de comprar agua porque normalmente ellos sacan agua del Ganges para cocinar, pero juntaron dinero para comprar agua”, contó Luciana. Hasta allí todo bien, pero resulta que los hindúes comen con la mano derecha, y cuando se dice la mano, es la mano, sin cubiertos mediante. La mano izquierda para ellos es todo lo malo y Luciana es zurda.
“Traté de comer con la mano derecha pero se me caía todo, hasta que me dieron a entender que me quedara tranquila y la señora de la familia me empezó a dar de comer en la boca con su mano derecha”, contó.
fuente la republica
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